“La libertad se afirma en contra de la sujeción. Primero
reconocer el mundo, lo utilitario, la previsión del futuro: las prohibiciones
morales, luego, transgredirlas”.
“ Diarios”, Alejandra Pizarnik.
La pureza de sangre es lo mismo que
la limpieza del alma. Hay que pagar un precio alto por mantenerlas. En esta
vida todo tiene un precio, y todos pagamos.
La relación entre cuerpo y lenguaje
es tan intrigante como la de la palabra y la cosa, la adhesión que crea entre
la experiencia y el objeto.
El cuerpo de Abel Azcona es el nexo entre su lenguaje y el nuestro, la
mimesis en la que nos veremos envueltos en esta performance, me lleva a
recordar las palabras de Walter Benjamin, “en todas las lenguas y en sus
formas, además de lo transmisible, queda algo imposible de transmitir, algo
que, según el contexto en que se encuentra, es simbolizante o simbolizado… no
es sino el devenir del lenguaje propio”, pues bien, en esta inmaculada
habitación en la que se encontrará usted, verá la belleza descarnada de alguien
que ha ofrecido lo único que ha tenido siempre en propiedad, su cuerpo, al
mejor postor, al más valiente, al más necesitado de cariño, al más morboso, al
más inquieto, a cada uno de nosotros que al mirarnos en el espejo del baño, no
veremos a Abel Azcona, sino a nosotros mismos, nuestro pecado original repetido
una y otra vez hasta la saciedad, porque somos humanos y tropezamos siempre con
la misma piedra.
La rebelión
consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos, en restregarse con
estropajo hasta herirse para
limpiar los restos de la noche libidinosa anterior, en purificarse con el agua,
que da igual en qué religión, siempre ha gozado del prestigio de limpieza, de
iniciación a una nueva vida, de ser el medio por el cuál podemos gozar del instante
privilegiado de una “nueva oportunidad”.
El verbo se
hace carne y la mancha con la que nació Abel Azcona es una señal indeleble en
su alma, y él ha hecho que cada una de sus heridas vitales también estén
representadas en su cuerpo.
La noche siempre
ha sido pasto de fantasmas, con ellos convive y de ellos se alimenta, y será de
ellos, de quien por la mañana se
libere en un ritual, tras retozar entre los restos de los deseos no consumados
de los participantes de “Emphaty
and Prostitution”.
¿Qué nos
hace desear un cuerpo ajeno al nuestro?¿ Cuál es el momento en el que tendemos
la mano al pasajero oscuro que coexiste en nosotros con la moral, la ética y la
personalidad? Es más que probable, que lo que nos lleve hasta esta habitación
de hotel no sea el nombre de Abel Azcona, ni el morbo de su cuerpo bajo una
ducha helada. Afirmo que será la necesidad que todos tenemos de sentirnos
limpios de aquello que nos atormenta, de aquello que nos hace sentirnos
vulnerables.
La restitución
del pecado cometido, la aceptación de un lenguaje propio del más común de los
mortales hace que esta performance, “Sinless”, nos reconcilie con nosotros
mismos, nos aporte claridad a la hora de comprender que no es malo querer mirar
la “suciedad” de frente, lo banal del cuerpo y del deseo físico y emocional del
otro, la búsqueda de la pérdida del control. Porque todos buscamos existir
libremente aunque sea por un segundo. Y bajo el agua, Abel Azcona queda
inmaculado y libre por fin de todo el peso nocturno de la transacción económica
del día anterior.
Al fin y al
cabo, todo gira en torno al deseo, el origen del trabajo performativo de este
artista está en la consumación de un deseo carnal cuyos agentes fueron un
desconocido y su madre biológica, por lo que, con la ejecución del deseo,
nosotros y él no estamos sino siendo solidarios con la idea de sujeto humano
agente de las acciones de las que se responsabiliza.
Cada
“mancha” en nuestro corazón hace
mella en un tejido vivo, el cuerpo de Abel Azcona es el mayor ejemplo, de
hecho, la mancha de un acto prostitutivo ha dejado una vida que no es sino de
supervivencia ante el error social y personal ajeno a él.
Cada una de
las acciones son una llaga, un
trauma, una cuchillada, un corte, una desolladura, un arañazo, una mutilación,
la escisión o el corte entre lo que somos y lo que aparentamos.
Lo que
consigue Abel Azcona bajo el agua es salir de sí mismo, desubicarse, disparar y
proyectar-se excesivamente hacia nosotros, nos empuja al desorden y al
capricho, cuestiona la máxima expresión de la libertad, reflejada en la
consumación la noche anterior de un deseo ajeno, llevada al paroxismo, y a la
vez reivindica el placer y la vida, el derecho a decidir “ser”, con todas las
consecuencias o directamente “no
estar”.
Saldremos de
esa habitación más maduros, viendo mucho más claramente que, el cuerpo, es el
medio de obtención de vida y de muerte, que nuestras emociones a flor de piel
al cruzar el umbral de la puerta de ese hotel no serán sino la muestra de que
estar vivo tiene un precio y de que Abel Azcona lo está pagando con creces.
Sean
bienvenidos, y disfruten de la estancia.