domingo, 22 de febrero de 2015

Útero: la consciencia del vómito.




"... Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada".
César Vallejo.

El trabajo de Abel Azcona rezuma dignidad, necesidad de hacer y de ser, de supervivencia. Sus bases acumulan la posibilidad de crítica a conceptos como el amor puro, el honor familiar, la piedad, el agradecimiento y el respeto, sobre todo, una crítica a lo que cada uno de nosotros considera respeto.
Se trata de un proceso de duelo ininterrumpido, la entrega del corazón de la res que entra por sí misma al matadero.
Es la voluntad de sufrir en ti para no hacer sufrir a otros. Un llanto no por el abandono, sino por la imposibilidad de enfrentarse a él.
"Útero" es el velatorio de lo no nombrado, por que no es que la destrucción sea el origen de uno mismo, sino que nuestro único origen es la destrucción, si no, de qué  el llanto y la sangre presentes en todo alumbramiento... La pena es que no todos pueden ver la luz, cuando es ella quien quema.
Mi primer contacto con Abel Azcona en una ciudad inhóspita y mentirosa como es Madrid, que parece estar siempre queriéndote convencer de que algo increíble va a pasar ese mismo día y luego nunca pasa nada, es sincero y visceral.
Y no puedo evitar una punzada en el estómago cuando compruebo que su lenguaje corporal expresa lo mismo que su mirada y sus palabras. Hay tanta necesidad  de congruencia en estos tiempos, que cuando me encuentro ante un desbocado chorro de ella, me aferro hasta desgarrar mi piel, porque duele, pero en ese mismo instante corroboro que ha empezado a suturar mi herida de la jornada, para siempre.
Porque en "Útero", el cuerpo de Abel Azcona adquiere un estado de conciencia en el que cada vez pesa más la indiferencia que ha vivido durante su infancia, y el rechazo que habitó en él una vez, un profundo vacío atraviesa la movilidad de su cuerpo orgánico y pasa a tener un nuevo estado vital, la inercia.
El impulso del corazón que casi se escucha y la hiperventilación que se percibe en las distancias cortas, conforman la intimidad mental de la que te hace participe y que apenas te permite seguir respirando.
Para mí, lo importante de esta performance, es que el pensamiento se expone de manera visceral, y que Abel defiende su identidad por medio de la experiencia corporal.  En Espacio e Identidad encontramos algo que proporciona el arte actual, espacios de energías libres que hacen de sí  mismos un cuerpo, un útero, donde Abel, por fin, desata su furia contra sí mismo y como ocurre con Beckett, el goce del que el espectador disfruta, aparece a la vez que la propia decepción del sujeto y del sentido.
No es, “Útero”, sino un rito perfectamente defendible como práctica social, y Abel se convierte en un chamán al servicio de la audiencia, y en algunos momentos me recuerda a la tan manida iconografía religiosa enfrentada a elementos paganos, nada lejana de una identidad a partir de comportamientos que para algunos son considerados masoquistas.
Sin embargo, la corporeidad del trabajo de Abel conlleva, para mí, la unificación de las categorías que conforman la existencia humana, lo social, lo psicológico, lo biológico y lo cultural. Y como decía Duchamp, en la performance de “Útero”, el público que asiste establece contacto entre la obra y el mundo exterior, y permite descifrar e interpretar con profundas calificaciones cuánto y qué aporta al proceso creativo global.
Tengo la sensación de que el “yo” que ata la soga al cuello de Abel termina en “mí”, y que, a pesar de que somos un cuerpo que habla con la voz, también somos un cuerpo con derecho a exclamar de dolor cuando no puede más, o cuando no se permite salir a esa voz.
Es la obra de Abel Azcona abierta, una pieza que no ofrece soluciones, sino que plantea enigmas a los que la contemplamos, y todo ello, con la exigencia personal por parte del artista, de una experiencia artística y estética de lo semiótico hacia lo performativo. El espectador se ve obligado al acontecimiento de la obra que hace temblar por momentos sus cimientos emocionales e incluso, en ocasiones, morales.
Pero nada sería ya en nosotros, sin este despertar brusco que supone asistir a una performance de Azcona, y en nuestro individualismo queda la libertad de elegir si queremos seguir soñando o preferimos mancharnos de barro y construir con nuestras propias manos, los nuevos cimientos del arte social, urbano, político, humano, al fin y al cabo.