"...
Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada".
César Vallejo.
El trabajo de Abel Azcona rezuma dignidad, necesidad de hacer y de ser, de
supervivencia. Sus bases acumulan la posibilidad de crítica a conceptos como el
amor puro, el honor familiar, la piedad, el agradecimiento y el respeto, sobre
todo, una crítica a lo que cada uno de nosotros considera respeto.
Se trata de un proceso de duelo ininterrumpido, la entrega del corazón de
la res que entra por sí misma al matadero.
Es la voluntad de
sufrir en ti para no hacer sufrir a otros. Un llanto no por el abandono, sino
por la imposibilidad de enfrentarse a él.
"Útero" es el velatorio de lo no nombrado, por que no es que la
destrucción sea el origen de uno mismo, sino que nuestro único origen es la
destrucción, si no, de qué el llanto y la sangre presentes en todo
alumbramiento... La pena es que no todos pueden ver la luz, cuando es ella
quien quema.
Mi primer contacto con Abel Azcona en una ciudad inhóspita y mentirosa como
es Madrid, que parece estar siempre queriéndote convencer de que algo increíble
va a pasar ese mismo día y luego nunca pasa nada, es sincero y visceral.
Y no puedo evitar una punzada en el estómago cuando compruebo que su
lenguaje corporal expresa lo mismo que su mirada y sus palabras. Hay tanta
necesidad de congruencia en estos tiempos, que cuando me encuentro ante
un desbocado chorro de ella, me aferro hasta desgarrar mi piel, porque duele,
pero en ese mismo instante corroboro que ha empezado a suturar mi herida de la
jornada, para siempre.
Porque en "Útero", el cuerpo de Abel Azcona adquiere un estado de
conciencia en el que cada vez pesa más la indiferencia que ha vivido durante su
infancia, y el rechazo que habitó en él una vez, un profundo vacío atraviesa la
movilidad de su cuerpo orgánico y pasa a tener un nuevo estado vital, la
inercia.
El impulso del corazón que casi se escucha y la hiperventilación que se
percibe en las distancias cortas, conforman la intimidad mental de la que te
hace participe y que apenas te permite seguir respirando.
Para mí, lo importante de esta performance, es
que el pensamiento se expone de manera visceral, y que Abel defiende su
identidad por medio de la experiencia corporal. En Espacio e Identidad
encontramos algo que proporciona el arte actual, espacios de energías libres
que hacen de sí mismos un cuerpo,
un útero, donde Abel, por fin, desata su furia contra sí mismo y como ocurre
con Beckett, el goce del que el espectador disfruta, aparece a la vez que la
propia decepción del sujeto y del sentido.
No es, “Útero”, sino un rito perfectamente
defendible como práctica social, y Abel se convierte en un chamán al servicio
de la audiencia, y en algunos momentos me recuerda a la tan manida iconografía
religiosa enfrentada a elementos paganos, nada lejana de una identidad a partir
de comportamientos que para algunos son considerados masoquistas.
Sin embargo, la corporeidad del trabajo de Abel
conlleva, para mí, la unificación de las categorías que conforman la existencia
humana, lo social, lo psicológico, lo biológico y lo cultural. Y como decía
Duchamp, en la performance de “Útero”, el público que asiste establece contacto
entre la obra y el mundo exterior, y permite descifrar e interpretar con
profundas calificaciones cuánto y qué aporta al proceso creativo global.
Tengo la sensación de que el “yo” que ata la
soga al cuello de Abel termina en “mí”, y que, a pesar de que somos un cuerpo
que habla con la voz, también somos un cuerpo con derecho a exclamar de dolor
cuando no puede más, o cuando no se permite salir a esa voz.
Es la obra de Abel Azcona abierta, una pieza
que no ofrece soluciones, sino que plantea enigmas a los que la contemplamos, y
todo ello, con la exigencia personal por parte del artista, de una experiencia
artística y estética de lo semiótico hacia lo performativo. El espectador se ve
obligado al acontecimiento de la obra que hace temblar por momentos sus
cimientos emocionales e incluso, en ocasiones, morales.
Pero nada sería ya en nosotros, sin este
despertar brusco que supone asistir a una performance de Azcona, y en nuestro
individualismo queda la libertad de elegir si queremos seguir soñando o
preferimos mancharnos de barro y construir con nuestras propias manos, los nuevos cimientos del arte social, urbano, político,
humano, al fin y al cabo.